martes, 7 de mayo de 2013

#6


... Viene de #5


2006. Ella fuma en el sofá. En ese lado del sofá.
De nuevo: With the lights out, it’s less dangerous…
(Como hablo desde mi presente, y mi presente tiene lugar deslizándome por este abismo entre los cojines del sofá, no puedo moverme para escenificarlo. Pero que quede claro que esto no es una maniobra de distanciamiento. Al fin y al cabo, ya me han visto deshacerme en este sofá).
Decía que ella fuma. En ese lado del sofá.
Cuando digo ella, ahora, no utilizo la tercera persona por utilizarla. No me refiero a Leonor, ni a L. (Señala a su alrededor) A ninguna de ellas.
(Señala) Me refiero a ella.
Ella.
Después de él.
Y también de él.
Ella.
O sea esta es la historia de una ella como un él… De una ella que podría haber sido un él… Pero que fue una ella. ¿Me explico?
Esta es la historia de ella.
Pues ella tenía un corazón que parecía un gigantesco pastel. Quiero decir. Ya sabes.
(Además de una gran, gran tristeza).
So… ella fumaba en ese lado de un sofá viejo y descolorido, descubierto entre las basuras y arrastrado cuatro pisos arriba (sin ascensor).
En el sofá anidó el olor a pastel. El olor a ella.
(Como anidó, en su momento, el de los pies de aquel él, el de la inundación).
(L. se ha dado ya cuenta de que bajo el influjo de los sofás, es víctima sin remedio del poder de los olores).
Ella fumaba y jugaba en ese lado del sofá.
(L. está perdida).
(L. no tiene escapatoria).
Y L. aspiraba el olor de ella y sabía que estaba atrapada y eso le encantaba le ponía le excitaba.
(El sofá como castigador).
Y mientras, el pastel seguía creciendo y creciendo.
Desde su lado del sofá, L. decidió. Desde su lado del sofá, L quiso. Desde su lado del sofá, L. lentamente. L. Desde su lado del sofá.
Tirarse en.
Sumergirse en.
Ahogarse en.
Pastel de merengue que crece y crece y crece.
Hello, hello, hello, how low…
Y con el merengue a punto de nieve y el olor a pastel y las sopas de medianoche y las basuras y thelma&louise y. L. empezó sangrar. Una hemorragia abierta e incontrolada sobre el sofá.
(El merengue como anticoagulante natural)
(Los gigantescos corazones/pastel sobre sofás viejos: juegan y juegan y juegan y. No permiten que se cierren. Las heridas. No.
Hasta que es demasiado tarde. No).
Hello, hello, hello, how low…
Y a L. siempre le ha encantado la sangre. La suya.
Revolcarse en.
Chapotear en.
Rociarse con.
Ella. (La sangre).
(L. está perdida).
(L. no tiene escapatoria).
Pero el sofá. Incluso aquel sofá tan viejo. El sofá no perdona. Bebe. Chupa. Seca. (La sangre).
Durante varios siglos ella fumaba y se reía y jugaba jugaba jugaba.
Durante varios siglos L. sangraba sangraba sangraba.
Our little tribe has always been,
And always will until the end…
Durante varios siglos. Atrapada en el sofá.
Como es.
Hello, hello, hello, how low…
Y un día.
thelma&louise acelerando contra el mundo. 
Una vez.
Alargar la mano y tocar.
A ella.
Morder.
Una sola vez.
El.
Merengue.
(Así, sin metáforas y sin poesía).
Hello, hello, hello, how low…
Pero no. L. no pudo no.
Porque el sofá. (Incluso aquel sofá tan viejo). Porque el sofá. Porque ella. Porque el sofá el sofá porque ella.
Y ella abraza y consuela. Y ella enciende un cigarro y L. se lo fuma.
(Y esta vez, sí es la primera).
Y L. se queda sentada.
Y la hostia de thelma&louise.
Y el terror a que ella desaparezca.
(Y L. está perdida)
(Y L. no tiene escapatoria)
Hola, hola, hola… Hello, hello, hello.
En realidad no había merengue. (Solo tristeza).
Y ella ya había desaparecido.
(Saca la mano de entre los cojines y permanece de rodillas)
En realidad, L. también.
(Pausa.
Susurra) Un mulato
Un albino
Un mosquito
Mi libido
Yeah
L. se siente como cayendo (feels like falling dropping away) por la grieta entre los dos cojines. Ese abismo entre los dos lados del sofá. Ya sabes.
Ya sé.
Como la cera Manley.
Como todas las inundaciones y las tempestades de agua o de algún líquido peor.
Hasta fundirse con el sofá. Hasta ser un sofá.
(Silencio.
Aún de rodillas.
Mira a su alrededor)
El sofá es así.
El sofá decide con qué parte de ti se queda. No importa lo deprisa que remes, lo rápido que bajes los cuatro pisos sin ascensor, lo veloz que, como Alicia, caigas y caigas y caigas por ese abismo.
Cuando abres los ojos ya nada es igual.
L. ya no es la misma L. que fue.
El sofá ha impartido justicia, ha ejecutado su castigo:
Leonor debe morir.
(Vuelve a su sitio inicial)
Here I am.
Here we are.
Todas nosotras.
Hijas de nuestro tiempo.
Supervivientes de la tempestad, de la inundación. Supervivientes natas del sofá.
Solo consciente a medias, como en un estado de sempiterna duermevela, Leonor se desangraba sobre el sofá sin apenas darse cuenta… La canción era Smells Like Teen Spirit. Y la respuesta es no: la sangre NUNCA sale de la tapicería.
Fuck you all.

#5


... Viene de #4


El sofá no es muy grande y él, solo un poco más alto que Leonor, se tumba del lado contrario. Estira sus pies hacia ella, hacia su cara. Y Leonor hace lo mismo con los suyos, hacia la cara de él.
Y entonces el olor de él lo invade todo.
Y entonces a Leonor le empieza a tirar el cuerpo hacia abajo, hacia las profundidades del mundo y del sofá.
Y entonces… Sí, entonces tiene lugar una auténtica inundación.
Allí mismo, en el sofá.
(Leonor se sienta, con las piernas muy juntas, sobre la grieta del centro del sofá.
Semientierra el rostro entre las rodillas)
I feel stupid and contagious.
Existen las muertes producto de la maldad humana.
Y existen las muertes producto de los desastres naturales, del azar y de la mala suerte.
El sangriento otoño de 2001 dejó cerca de tres mil muertos en el centro de Nueva York.
El sangriento verano de 2005 dejó cerca de sesenta muertos en el centro de Londres.
La sangrienta primavera de 2004 dejó cerca de doscientos muertos en el centro de Madrid.
Eso… Y una inundación.
Y esta última fue, que quede claro, un desastre natural, involuntario y azaroso.
Y punto.
(Canturrea)
L. feels like dropping away.
L. feels like dropping away.
L. feels like dropping away…
L. permanece tumbada, con la nariz muy cerca de los pies de él.
L. permanece muy quieta, con las mejillas al rojo vivo, mientras siente cómo la parte inferior de su cuerpo, de cintura para abajo, se deshace en agua o en otro líquido peor, e inunda el sofá debajo de ella. Debajo de él.
Agua u otro líquido peor que en realidad, después se da cuenta, era ella misma. Deshecha y fijada
deshecha y fijada
deshecha y fijada para siempre en aquel sofá.
Para siempre.
(Ha hundido la cabeza por completo entre sus rodillas.
Canturrea, muy bajito)
L. feels like dropping away.
L. feels like dropping away.
L. feels like dropping away…
(Pausa)
Stupid and contagious…
¿Pero cómo se llamaba aquella puta canción?
(Pausa)
El sofá se ha popularizado, más o menos desde la década de los ochenta, precisamente gracias a la televisión.
Ross y Rachel no habrían sido RossyRachel sin el Central Perk y su sofá.
Los Simpson no habrían durado más de veinte años sin el suyo.
Los Cowan y los Longstreet nunca habrían sido tan salvajes sin un sofá neoyorkino rodeado de tulipanes amarillos.
¿Y qué decir de la única escena erótica de Titanic?
Lo cual nos lleva, de nuevo, a la idea de nosotras mismas como personajes.
Como L.
Desde un punto de vista verista clásico, ni Rachel Green ni Marge Simpson ni Rose… ni Rose provocaron nunca, al parecer, inundaciones en sus sofás. Al parecer. (Nancy Cowan vomitó estrepitosamente, pero eso fue todo).
¿Pero qué es un personaje, al fin y al cabo?
Desde el centro de este abismo del sofá, a punto de caer por el hueco entre los dos cojines, puedo decir y digo que un personaje es una cajita de vaselina. Una excusa. Un terrón de azúcar. Una barquita con remos gracias a la cual salir flotando de tu inundación.
Como L.
(Y está bien. La vaselina. Las excusas. Los terrones de azúcar. Y las barquitas. Están bien).
Cuando evites encender la luz para no tener que comprobar los restos del naufragio.
Cuando bajes a tientas los cuatro pisos sin ascensor.
Cuando esperes en la calle a que él (espera irónica, ya que a ti no te quedan fluidos dentro) termine de mear entre dos coches.
Cuando entres al metro recién abierto y pagues con tu burgués abono mensual.
Cuando le veas pagar con su proletario billete individual.
Cuando te despidas de él, seis u ocho paradas después.
Todavía irás remando.
Subirás las escaleras mecánicas, hacia tu casa, y tu cuerpo, seco y cansado después de aquel sofá, te pedirá: un poco de vaselina.
Entonces, sigue remando.
(Pausa.
Con mucho cuidado, hunde su mano entre los dos cojines)
And I forget just why I taste…
¿Dónde habrá ido a parar esa puta cera Manley?
Oh yeah, I guess it makes me smile…
La robé del colegio. Era una de esas ceras muy blandas, sin papel protector ya ni nada, que de tanto ser empuñadas son casi plastilina.
Sí… La metí en el bolsillo del abrigo, un viernes por la tarde. Nadie me vio. Y me la llevé a casa.
En el colegio yo hacía esas cosas como hablar con los radiadores y robar.
Era verdad que no oía.
Hablar con un radiador era tan emocionante como hacerlo con un ser humano. Como hablar, quiero decir.
En los noventa el sofá no contaba como universo erótico. Tampoco como isla azotada por tempestades. Pero sí como espacio doméstico, como paisaje urbano y como abismo en el que perder las ceras robadas.
…Oh well, whatever, nevermind…
(Salta a cuatro patas sobre el sofá, con la mano todavía entre los dos cojines) La idea de sofá como administrador de justicia.
¡Como castigador de trasgresiones!
El sofá como encarnación del padre y de la madre.
Como creador de identidad, de subjetividad, a través de sus castigos.
La idea de sofá como creador y como destructor de Leonor.
(Señala a su alrededor) De todas ellas y yo.
Como las ceras Manley robadas.
Como el agua de la tempestad.
Como Alicia, todas las L.’s caen y caen y cuando ellas abren los ojos ellas de pronto se dan cuenta de que ellas simplemente siguen sentadas sobre el sofá.
Pero ya nada es igual.
(Pausa.
Permanece de rodillas, con la mano hundida entre los dos cojines)
2006. Ella fuma en el sofá. En ese lado del sofá.

Continuará...

#4


...Viene de #3


Ese es el momento de huir.
…Entertain us…
Huye.
(Silencio.
Frontalmente)
Si consultas la enciclopedia verás que a pesar de estar vulgarmente asociado al progreso de la burguesía, al proceso de industrialización y a la proliferación de las televisiones… (es decir, siglos XIX y XX) … A pesar de eso el sofá ya está documentado en la sociedad árabe antigua y también en la romana.
Lo que significa que.
Las opiniones más críticas de nuestro siglo XXI nos dicen que el sofá es muy siglo XIX; una de esas horteradas del XIX que el XX ha convertido en dogma de fe. Un mueble burgués, conformista, signo de vidas domésticas mediocres, de ocio culpable frente a la televisión, de siestas culpables frente a la televisión, de polvos culpables frente a la televisión…
El siglo XX es un siglo culpable.
El sofá es un mueble culpable.
Así, mientras huyes, o mejor, mientras intentas huir del sofá, además te sentirás culpable por haber pasado la noche en ese estado de frontalidad-lateralidad-te miro de reojo-haces como que no me miras-pero en realidad te vuelvo a mirar-y-descubro que ¡me estás mirando!-y… ya es tarde. Llevas casi dos, casi tres horas ahí sentada y sabes que no hay más mundo que ese sofá.
En fin.
Se juntan las historias. Se juntan los sofás.
Lo importante, lo valioso de esto último es el hecho de que:
a)  El sofá ya existía antes del siglo XIX.
b)  Los árabes y los romanos seguramente eran pueblos llenos de ocio y comodidades pero… (No dejes que cunda la culpa) Para huir de ese sofá tendrás que bajar cuatro pisos sin ascensor. Y lo harás a la carrera. Así que compensarás el tiempo de pasividad conformista y ociosa (y también el litro y medio de alcohol en sangre, y la marihuana y…) en solo tres minutos. Es lo bueno del siglo XXI, en comparación con la época de los árabes y la de los romanos.
Así que tranquila.
Put the blame on… él.
Tampoco vas a tener tú la culpa de haber nacido en un sofá.
Encima.
(Pausa)
Mientras L. baja a la carrera de ese sofá rebobinemos un momento.
Volvamos a las ceras Manley.
Oh yeah, I guess it makes me smile…
Porque en algún momento de los años noventa yo no solo recortaba muñecas de papel.
(Solemne, ceremoniosa) En algún momento de los noventa: Zach Morris besó a Kelly. Flik y Flak consumaron su amor dentro del reloj suizo para niños. Dejó de importar quién había matado a Laura Palmer. Kurt Cobain se plantó en mitad de la habitación que había sobre su garaje y apretó el gatillo de una escopeta contra su propia cabeza. Y yo perdí una cera Manley entre los cojines del sofá.
(Se arrodilla y, con expresión de temor e inquietud, acerca la cara al hueco entre ambos cojines)
Es tan estrecho, tan oscuro y hay siempre tan poco espacio.
Tan poco margen.
Nunca la encontraré.
Fue más o menos como una semana antes de mi primera comunión. Tuve pesadillas horribles todas las noches, en las que yo estaba sentada en el sofá con el vestido blanco y entonces la cera Manley resurgía de las profundidades y manchaba mi vestido, y todo, todo el día quedaba arruinado, todo el esfuerzo de mis padres, y los preparativos, y las lágrimas de mi abuela, y el vídeo de la iglesia, y hasta la tarta. Todo. Arruinado y manchado de cera Manley.
…I found it hard, it’s hard to find…
(Inclinada aún sobre la grieta entre los dos cojines)
Nunca apareció.
Mi cera Manley desapareció misteriosamente engullida por la grieta del sofá.
Jamás la encontré.
(Se yergue)
Los sofás son así.
Deciden qué parte de ti es la que se queda allí, antes incluso de que tú te des cuenta mientras bajas por las escaleras, mientras tomas la comunión por primera y única vez, o mientras duermes junto a los pies de tu compañero de clase.
…I found it hard, it’s hard to find.
(Se tumba en el sofá, con la cabeza apoyada en un reposabrazos y los pies en el otro.
Pausa)
2004. Terrible primavera sangrienta.
Leonor se tumba en un sofá por primera vez. Él tiene un año menos. Es guapo y eso hace que todo parezca convencional y carente de valor.
Y Leonor llora.
O llorará, los días siguientes.
Los días siguientes al sofá.
Es tarde.
(Siempre es tarde cuando se acaba durmiendo en el sofá).
En este caso, el sofá es ajeno, prestado. Lo cual le da a todo mucho más morbo. De momento, es eso lo que hay: morbo.
Bastante cerveza. Después bastante vino.
Algún que otro porro.
(Sigue sin ser la primera vez).
(Aunque de nuevo lo parezca).
Y finalmente morbo.
Todo está a oscuras.
Silencioso.
Y no eres capaz de recordar si este sofá era de colores, oscuro o luminoso.
No importa.
El colocón de la noche da paso, al apagar las luces, a otro colocón distinto.
Uf.
Es demasiado tarde para bajar los cuatro pisos sin ascensor y buscar un autobús para volver a casa.
(¿Quién quiere volver a casa?)
Es demasiado pronto para coger el metro y volver a tu cama.
(¿Quién quiere volver a tu cama?)
Es demasiado burgués buscar un cajero y después un taxi para…
(¡Pero, ¿quién quiere volver a…?!)
¿Ves? El sofá también puede ser la solución proletaria a la precariedad nocturna de los veintitantos años.
Las luces se apagan y Leonor se tumba y piensa que quizá consiga dormir un par de horas antes de que salga el sol y sea ya imposible quedarse allí por más tiempo.
El sofá no es muy grande y él, solo un poco más alto que Leonor, se tumba del lado contrario. Estira sus pies hacia ella, hacia su cara. Y Leonor hace lo mismo con los suyos, hacia la cara de él.
Y entonces el olor de él lo invade todo.
Y entonces a Leonor le empieza a tirar el cuerpo hacia abajo, hacia las profundidades del mundo y del sofá.
Y entonces… Sí, entonces tiene lugar una auténtica inundación.

Continuará...

martes, 12 de marzo de 2013

#3


... Viene de #2



2002. Leonor cruza y descruza las piernas, sobre otro sofá distinto. Se trata de uno de esos sofás llenos de luz: aún no lo sabe, pero la luz dura mientras ella mantiene el juego del cruce de piernas.
Ya no está sola. Ya no hay muñecas recortables. Ni tampoco tijeras.
(Mira el cojín junto a ella)
Él es mayor. Muy mayor. Leonor no sabe exactamente cuánto más que ella, pero mucho. Quizá veinte años más. Quizá veinticinco. Le ha conocido hace un par de meses, en un taller de escritura creativa.
(Coloca el cojín en posición vertical) Es alto y tiene esa voz grave y al mismo tiempo reposada. Parecida (tengo que reconocer) a la de papá.
Se ríe. De mí. Conmigo. Me dice que soy graciosa.
Sí, y ahora estoy sentada en su sofá. El taller acaba de terminar y hemos tenido un poco de despedida. Después hemos venido aquí, a continuarla. Juntos, nos hemos bebido botella y media de vino tinto comprado en el Carrefour de Lavapiés. (De un tiempo a esta parte, a Leonor le encanta el vino tinto). Hemos fumado un par de porros. No es la primera vez. Para mí. (Aunque lo parezca). Obviamente tampoco para él.
Ha sido bueno y protector conmigo.
Ha sido un gran estímulo creativo.
(No hay nada tan peligroso como un estímulo creativo.
Todas hemos cruzado y descruzado las piernas, sentadas en un sofá junto a un gran estímulo creativo, ¿verdad?)
(Silencio)
Me ha contado su vida. La vida de su familia. La vida de sus plantas. La vida de sus exnovias. (Aunque de un modo literario y divertido y nada traumático). En fin. La vida de su sofá.
Por cómo él me mira, puedo saber que me brillan los ojos. Que me brilla el pelo. Que me brilla. Puedo saberme admirada, deseada y protegida. Y de pronto todas esas cosas se hacen reales al mismo tiempo.
Me siento poderosa por primera vez.
Y empiezo a jugar.
“¿Puedo beber un poco más de vino?”
“Me encanta tu gorro… ¿Puedo probármelo?”
“¿Qué pasaría si me descalzara y pusiera los pies sobre el otro extremo de tu sofá?”
Y empiezo a ganar.
With the lights out, it’s less dangerous…
(Rodea con sus piernas el cojín.
Pausa)
La sobredosis de ficción, entre otras cosas, nos ha convertido en personajes a nosotras mismas.
Quiero decir.
Hay algo tremendamente arquetípico en la lolita que cruza y descruza las piernas sobre un sofá ajeno, veinticinco años mayor que ella.
La lolita poderosa.
(Esto es otra acotación: el adjetivo poderosa no es irónico, ¿vale?).
(Masturba al cojín)
La lolita que tiembla y brilla y luce e ilumina todo el viejo sofá. Se hará de noche y no habrá luna. (Porque esta noche, a diferencia de aquella otra, será extraordinariamente oscura). La lolita o la leonor seguirá(n) riéndose en su propio idioma de nínfula alegre y un poco perversa en su inocencia (medio) fingida. La noche seguirá adelante y L. (para abreviar) beberá más vino y solo se levantará brevemente para ir al cuarto de baño cuando su vejiga le impida continuar con el juego. Después de hacer pis se mirará brevemente en el espejo que hay sobre el lavabo.
(Evitará, en esencia, ver nada.
Nada como pelos o cortaúñas o cajas de aspirinas Bayer.
Las lolitas, cuando están loliteando, no quieren ver nada).
Pensará rápidamente en lo que le está pasando.
Y decidirá que tampoco quiere pensar.
With the lights out, it’s less dangerous
Here we are now, entertain us.
Volverá al sofá y la noche se hará aún más clara.
(Termina de masturbar al cojín, que queda tumbado en su lado del sofá.
Pausa)
Se hará de noche y no habrá luna… Menuda frase.
Como yo decía, no hay nada tan peligroso como un estímulo creativo.
Un estímulo creativo, uno creativo de verdad, te pone en el borde de precipicio. Ya sabes. El borde del precipicio entre los dos cojines del sofá. Saltar o no. Morir o no.
(Silencio.
Susurra)
He ahí la cuestión.
La cuestión es que llega un momento, en algún punto de la noche, de esa o de otra noche cualquiera, en que te das cuenta de que el sofá se queda a oscuras cuando tú estás en el baño. Completamente a oscuras. Es terriblemente triste y sabes que no existe solución.
Ese es el momento de huir.
…Entertain us…
Huye.

Continuará...

jueves, 7 de marzo de 2013

#2


... Viene de #1



Eh, gilipollas, no quiero oírte decir eso sobre mi amiga; tú piensas que es una zorra porque ya no te la estás tirando. Pero yo sí la quiero. (Aunque no me la esté tirando ni nunca vaya a tirármela). La quiero y no tengo por qué escuchar toda esa mierda asquerosa que está soltando tu enorme bocaza.
Load up on guns, bring your friends
It’s fun to lose and to pretend.
(Pausa.
De nuevo al frente)
Somos hijas de nuestro tiempo.
(Señala a su lado)
Ella y yo.
O todas ellas y yo: somos hijas de nuestro tiempo.
Me explico.
Quiero decir que en los noventa, cuando yo tenía diez años o menos y pintaba con ceras Manley… Puede que hablara con los radiadores… Puede que hablara con los radiadores en un tono tan bajo que apenas me oyera. Pero al menos era yo, Leonor, la que hablaba.
Ahora, veintit… años después, ya no.
Estoy hablando de palabras, estoy hablando de lenguaje. Ojo, esto es como una pequeña acotación para todo lo que viene a continuación: debido a toda la ficción norteamericana ingerida, mi generación es una generación híbrida que junto a frases tan curradas como:
“Solo consciente a medias, como en un estado de sempiterna duermevela, Leonor se desangraba sobre el sofá sin apenas darse cuenta”…
…No duda en emplear expresiones del tipo:
“L. se siente como cayendo (feels like falling dropping away) por la grieta entre los dos cojines. Ese abismo entre los dos lados del sofá. Ya sabes. Quiero decir que, como Alicia, todas las L.’s caen y caen y cuando ellas abren los ojos ellas de pronto se dan cuenta de que ellas simplemente siguen sentadas sobre el sofá”.
Ya lo sé. Esta L., esta Leonor, la que ahora habla, en este instante, es consciente de pertenecer a esta fucking generation que ha consumido más ficción que ninguna otra; que engulle ficción a mucha más velocidad, de hecho, de la que su bolsillo puede pagar. El resultado es esta jerga tan como traducida. Bueno, eso y la piratería cultural. Ya sabes.
Oh no, I know a dirty word…
(Mira a su lado.
Silencio)
El sofá.
Ese mueble tan interesante que tiende a ocupar un espacio tan importante en cada una de nuestras casas. He visto sofás de todo tipo. Sofás grandes, sofás pequeños. Sofás cálidos y envolventes. Sofás muy incómodos, llenos de muelles que se clavaban por todas partes. Sofás de colores chillones incluso cuando no había luz. Sofás oscuros hasta cuando sí la había. Soy una experta en sofás.
L. es una experta en sofás.
(Y L. habla de sí misma en tercera persona, que es como la quinta esencia de la fantasía de autoevasión. Solo para eludir el hecho de seguir aquí sentada. En el sofá).
(Pausa)
Algunas de nosotras hemos jugado de verdad en el sofá. No solo en los noventa, cuando papá y mamá nos tenían prohibido saltar en él con los zapatos puestos. (La palabra zapatos incluía las zapatillas de estar en casa). En los noventa la abuela también nos tenía prohibido descalzarnos. Así, entre unas prohibiciones y otras, para cuando pudimos llegar a saltar descalzas (o vestidas) sobre el sofá, ya no eran los noventa y no nos apetecía hacerlo.
¿O sí?
1991. She’s overboard and self-assured…
1991. Leonor juega sentada en el sofá, con su chándal verde de estar en casa. (El chándal tiene una ardilla marrón bordada sobre el pecho). Leonor recorta muñecas de papel con unas tijeras, muy formal. Sobre sus rodillas, que están muy juntas. Así, sin salirse del borde. Muy formal.
2002. Leonor cruza y descruza las piernas, sobre otro sofá distinto. Se trata de uno de esos sofás llenos de luz: aún no lo sabe, pero la luz dura mientras ella mantiene el juego del cruce de piernas.
Ya no está sola. Ya no hay muñecas recortables. Ni tampoco tijeras.
(Mira el cojín junto a ella)

Continuará...

lunes, 4 de marzo de 2013

#1




(Sofá.
Sentada en uno de los lados está Leonor)
Leonor. ¿Saldrá la sangre de la tapicería?
Esa fue la primera pregunta que me vino a la cabeza después de que él encendiera la radio y empezara a sonar aquella canción. ¿Cómo se llama esa canción? Es una gran canción. Es la puta gran canción de todos los grandes momentos para todas las putas generaciones de mujeres metidas en los coches de los novios de sus amigas desde los años noventa.
En los noventa yo tenía diez años. Bueno… Tenía nueve porque yo nací a finales de año y claro, cada vez que me pasaba algo…
“Esta niña no oye”
“Esta niña no habla“
“Esta niña no”
…Cada vez que me pasaba algo mi madre decía: “Claro, es que en realidad es casi un año más pequeña”.
La pobre. (Yo, no mi madre).
En los noventa, mientras se escribía, componía y grababa esa gran canción, yo estaba haciendo la comunión y pintando con ceras Manley y hablando con los radiadores.
Sola.
(Pausa)
It’s fun to lose and to pretend.
Todas hemos estado en ese coche. En el coche del novio de nuestra amiga.
Has cenado con él, como dos semanas después de que tu amiga y él lo hayan dejado. Bueno, dos semanas no; como diez días después.
Está bien. Diez días no; tal vez una semana.
Has quedado con él porque se siente mal y al fin y al cabo no quiere perderte a ti también.
(Tú tampoco quieres perderle a él).
Has cenado una pizza vegetal con extra de queso de cabra y has resistido la tentación de pedir postre mientras él se explayaba durante cuarenta y dos minutos exactos acerca de la zorra de tu amiga. Lo sabes porque mientras cortabas la pizza, muy seria, cada vez que levantabas la vista por encima de su hombro veías el reloj digital de la cámara congeladora del restaurante. Los números rojos luminosos iban sucediéndose, como en una cuenta atrás hacia ninguna parte.
(Tú tampoco quieres perderle a él).
Y mientras escuchabas has pensado que deberías detenerle, decirle: Eh, no quiero oír eso sobre mi amiga; tú piensas que es una zorra porque ya no la quieres. Pero yo sí la quiero y no tengo por qué escuchar todo eso.
Pero no lo haces. Le miras como embelesada, masticando pizza; le ves como enmarcado por la luz roja de los números digitales de la cámara congeladora, y piensas que:
Tú tampoco quieres perderle a él.
Después dejas que te lleve a casa. Es un auténtico caballero. Y quizá por eso, aunque nunca hayas llegado a reconocértelo a ti misma, siempre te ha puesto tanto. Al menos, mientras estaba con tu…
Para el motor y hace rato que ha dejado de despotricar contra la zorra de tu amiga. Hay demasiada luz en la calle y piensas que es pronto y que los vecinos pueden verte. Y te preguntas si en realidad esta noche había luna llena y él te mira, en silencio. Y entonces es cuando él enciende la radio y te empieza a doler la tripa y recuerdas joder, hoy es día 30, hoy me tenía que haber bajado. Él mueve, manipula la radio y entonces empieza a sonar esa dichosa canción. (¿Pero cómo se llama la canción?). Joder, me está bajando. Él no deja de mirarte. Me está bajando la regla. Él aparta la mano de la radio pero no vuelve a apoyarla en el volante. Por el rabillo del ojo, mientras le ves acercarse, miras insistentemente el tejido que cubre los asientos, gris perla:
¿Saldrá la sangre de la tapicería?
No importa que nunca te lo hayas reconocido a ti misma. El autoengaño no existe. Es una utopía producto de la sobredosis de ficción. Yo había sabido todo ese tiempo que el novio de mi amiga me ponía. Y en aquel momento, mientras él acercaba su boca a la mía, me di cuenta de que ya no.
Le vi cada pelo, cada poro de su asquerosa y enorme cabeza mientras se acercaba hacia mí, y supe, tan seguro como el color gris perla de la tapicería, que en realidad sí quería perderle. Ahora sí. Ya estaba. Se había acabado. No tenía sentido sentirse culpable o pensar en lo muy zorra que había sido quedando con él solo cinco días después de que mi amiga y él lo dejaran: el destino me había castigado y él, sencillamente, ya no me ponía. El mundo desapareció detrás de su enorme cabeza y supe que la tapicería había empezado a llenarse de sangre.
(Silencio.
Mirando hacia el lado contrario del sofá)
Eh, gilipollas, no quiero oírte decir eso sobre mi amiga; tú piensas que es una zorra porque ya no te la estás tirando. Pero yo sí la quiero. (Aunque no me la esté tirando ni nunca vaya a tirármela). La quiero y no tengo por qué escuchar toda esa mierda asquerosa que está soltando tu enorme bocaza.

Continuará...